
Transformadores, iniciadores y consumadores
Por Luis Alberto Vázquez
Tema central de la cosmovisión humana es el cambio o la permanencia. Dos grandes filósofos griegos se enfrascaron en esas problemáticas: Parménides y su ser inengendrado, indestructible, homogéneo, inmóvil y perfecto; es lo único que verdaderamente existe; y Heráclito, quien afirmaba que todo estaba en constante movimiento, su frase más famosa: “Nunca nos bañamos en el mismo río” es lapidaria. A partir de ellos la ontología se movió en esas dos vertientes.
Kant, en plena ilustración sentenciaba: “…las acciones humanas se hayan determinadas conforme a leyes universales de la naturaleza al igual que cualquier otro acontecimiento terreno. La Historia, que se ocupa de la narración de tales fenómenos, nos hace abrigar la esperanza de que, por muy profundamente ocultas que se hallen sus causas, pueda descubrirse el juego de la libertad humana, de tal modo que cuanto se presenta enmarañada e irregular ante los ojos de los individuos, pudiera ser interpretada como una evolución progresiva y continua, aunque lenta, de sus disposiciones originales…” (Ideas para una historia universal en clave cosmopolita).
Es en materia política donde más se aprecian esas permanentes fugacidades. Tal ha sido la historia de las grandiosas transformaciones de naciones existentes pero que, llegado el momento de su metamorfosis, sus iniciadores no logran proclamar su conclusión: Julio César inicia la mutación de la República Romana en un imperio, pero dicha conversión la consolida Augusto; algo similar ocurrió con la religión monoteísta judaica que arranca con Cristo, es iniciada por Pedro; Pablo la promueve e incrusta; será Constantino quien la entronice.
Adyacente a los cambios políticos y sociales, manaron perturbaciones filosóficas e ideológicas que alteraron la visión del ser humano sobre su mundo: la agricultura provoca pasar del nomadismo al sedentarismo; surgiendo así las grandes civilizaciones. La ciencia ilustradora de los fenómenos naturales sustitutiva de prodigios divinos; soberanía popular en lugar del derecho divino al ascenso del poder político; así, infinidad de transmutaciones que alteraron la conciencia humana y el rumbo de la historia; estas son irremediablemente inexorables, están encarnadas en el espíritu comunitario; trastocan todo algoritmo social y quien busca frustrarlas es arrastrado al Mictlán anagógico.
Vayamos al pueblo mexicano en su breve crónica. Su primera transformación como tal se inicia con Gonzalo Guerrero; padre del mestizaje. Hernán Cortés con sus armas conquista Mesoamérica y establece el poderío hispano; pero serán Antonio de Mendoza y Juan de Zumárraga quienes consoliden la Nueva España por 300 años.
Los ideales de la Ilustración germinaron en el virreinato y transformaron las mentalidades abiertas mientras la obtusas se obcecaron en la defensa de sus privilegios. Allende e Hidalgo arrancaron una transformación; Morelos la fortaleció social y jurídicamente, pero fue Iturbide quien la solidificó.
Tras 32 años de asonadas, guerras internacionales y dictadura de Santa Anna; Juan Álvarez con el plan de Ayutla inicia otra transformación. Los constitucionalistas 56-57 y Benito Juárez la robustecen en medio de dos terribles guerras: Reforma donde los continuistas de dictaduras racistas y religiosas son repudiados por el pueblo. enseguida impulsaron una invasión para entronizar a un emperador extranjero y tras su absurdo entreguismo y fatal fracaso, llegó Porfirio Díaz, quien finalmente consolido esa mutación.
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No sería la última; el pensamiento Floresmagonista; huelgas obreras y movimientos antirreeleccionistas incitaron a Madero a iniciar nueva metamorfosis. El pueblo lo eligió para realizarla; pero la terrible desesperación de los enemigos del cambio que destruían dignidades apoyados por medios de comunicación “maiceados”; furiosos mentían y publicaban falacias acusándolo incluso de males de origen global y/o natural. El pueblo ya no les creía; nunca le ofrecieron beneficios a él, solamente buscaban destruir aquello que lo favorecería. Exasperados orquestaron un golpe de estado. La ciudadanía respondió en sangriento movimiento armado y con sus líderes revolucionarios los destruyó. Este cambio se vigorizo al establecerse la constitución de 1917 que fundamentó los derechos sociales. Lázaro Cárdenas consumó con sus reformas estructurales dicha transformación.
Cambiar lo obsoleto construyendo siempre un nuevo mundo es la marcha perpetua incrustada en el espíritu humano; históricamente nunca las concluye quien las inicia; pero estas finalmente germinan porque las transformaciones son infinitas e inevitables.

