
Sócrates y la transformación ético-social
Por Luis Alberto Vázquez
“Nunca, nunca tengas miedo de hacer lo correcto, especialmente si el bienestar de una persona está en juego. Los castigos de la sociedad son pequeños en comparación con las heridas que infligimos a nuestra alma cuando miramos para otro lado.”
Martin Luther King.
Todos sabemos que Sócrates fue enjuiciado en Atenas el año 399 a.C. acusado de corromper a la juventud y otros delitos de carácter religioso; fue condenado a morir envenenado por cicuta; El odio irascible de sus acusadores intentó vanamente destruirlo.
Pero ¿Qué provocó ese odio iracundo de los sofistas quienes eran ironizados por Sócrates, cuando ellos creían tener siempre la razón y se convirtieron en carcas al repudiar lo nuevo o diferente? ¿Fue solamente una venganza de los troleros por la vergüenza filosófica sufrida o hubo algo más profundo que afectó la política y la ética ateniense?
Por más de veintidós siglos se manejó que la controversia fue simplemente filosófica y que Sócrates era inocente de las acusaciones en su contra; Aristocles (Platón) y Jenofonte así lo hicieron ver en sus apologías, pero GWF Hegel, el gran filósofo alemán manifiesta otra visión muy interesante que implica problemas de en las áreas sociales y políticas y Nietzsche lo acusa de querer destruir la moralidad de la Grecia clásica, un constructo ético que incomodó enormemente a quienes no querían ningún cambio en su zona de confort social.
Hegel afirma que Sócrates era culpable de introducir nuevos principios al sistema de vida molicie y tranquilo acostumbrado por políticos, sacerdotes y sofistas. Sócrates estaba transformando social, académica y moralmente a Atenas y eso provocaba abismal indignación; así lo afirma en el capítulo “Las vicisitudes de Sócrates” del tomo 2 de su obra Lecciones de la historia de la filosofía.
Sócrates postulaba conocerse a sí mismo y cuestionar lo que hasta entonces se había vivido; la moralidad griega estaba basada en la mitología donde los dioses eran impúdicos como Zeus que tenía muchos hijos con mujeres mortales; las diosas que tenían relaciones con humanos o Caco, ladrón y asesino. Con estas detracciones protagoniza un giro decisivo en el desarrollo del espíritu ateniense; lo que va a implicar una porfía forzosa entre Sócrates y la ciudad.
Provoca que las leyes y la eticidad vigentes queden en entredicho, se vuelvan vacilantes, petulantes tras ser sometidas al análisis del tribunal interior de cada joven que cree en la libertad de pensamiento. La eticidad griega se tambalea; genera inseguridad y vacilación; de ahí que dicha transformación se presentara como colisión inevitable.
Es cuando el pueblo ateniense ante la quiebra de su eticidad no sólo estaría «legitimado» para reaccionar contra Sócrates de acuerdo con las leyes, sino que cabría decir que estaba «obligado» a hacerlo, al presentársele como un delito aquellas “blasfemias” socráticas; ¿Qué era aquello de vituperar la autoridad del oráculo anteponiéndole como criterio la autoconciencia?; es decir, introducir un nuevo «dios» en lugar del tradicional “destino”.
Sócrates ni se amolda al discernimiento de sus jueces ni se denigra suplicando benevolencia. Su defensa será solamente la «verdad»; es un preceptor de la ley, aun cuando ello implicara arriesgar la libertad o la vida, por lo que se burla de sus juzgadores solicitando lo inasequible y surge esa condena deleznable, la que, sin ella, la historia de la filosofía y la universal habrían sido distintas.
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Así, el pueblo ateniense condenó a muerte a su odiado enemigo movido por el miedo de los sofistas que creían que Sócrates podría convertir a Atenas en una ciudad sin democracia. La muerte de Sócrates constituyó para los conservadores de la filosofía política la suma justicia; más tarde los hijos de aquellos verdugos se arrepentirían de tal atrocidad y condenarían a sus propios padres y abuelos. Pero lo más trascendente es que la historia registra a Sócrates como un transformador y lo mantiene en la memoria mundial, mientras que sus detractores y verdugos han caído en el tártaro del olvido
Los opositores con sus líderes egocéntricos que redujeron Atenas al tamaño de sus intelectos solamente protegían sus propios intereses y terminaron tragándose su odio y purgándose con él por la eternidad; perdieron aquello que los había distinguido: su capacidad de asombro; extinguiéndola plenamente, prueba que pronto cayó bajo la espada lacedemonia. Por más que habían rogado a sus dioses olímpicos que los protegieron, estos los desoyeron y hasta se burlaron de ellos.
Finamente triunfo la nueva concepción ética con Antígona que se rebela contra la ley vigente cuando muchos aseveraron: “No importa Solón y su filosofía jurídica, lo que importa es que no triunfe la ironía socrática”.

