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Opinión

Nación y pueblo: tan cercanos y lejanos

Por Luis Alberto Vázquez

“Los privilegios acabarán, pero el pueblo es eterno”
Conde de Mirabeau

Todas las grandes civilizaciones del mundo han primado que su valor más preciado, antes que los intereses grupales o económicos, son sus habitantes, es decir, el pueblo. En las calles de la Roma Antigua encontramos repetidamente grabadas las letras “SPQR”; lo mismo en banderines que en las tapas de las alcantarillas. Pero, ¿qué significan esas letras? (Senatus Populus Que Romanus), El Senado y el Pueblo de Roma, es decir, los romanos comprendieron plenamente el valor de sus ciudadanos, de los seres humanos que componían su nación, captaron la conjunción de gobierno y sus seres valiosos y aludía a los sentimientos sociales y políticos de la antigua República romana, cuando Senado y Pueblo conformaban la soberanía de la ciudad eterna y juntos buscaban dominar al mundo.

En México se ha confundido primero y luego prevalecido una doble cosmovisión sobre qué es lo más importante: si el desarrollo nacional o el social en diferentes estadios de su historia; los protagonistas han creído ser quienes poseen la razón y hasta los únicos portadores de la verdad. Veamos un ejemplo real:

Tras medio siglo de motines, asonadas, golpes de estado, tres guerras internacionales, un intento de reconquista y otro del establecimiento de un imperio en nuestro país, Porfirio Díaz logró la paz, forzada pero real, empoderó avances económicos nacionales; logró una solidez cambiaría colocando al peso mexicano como moneda de cambio mundial. Cimentó grandes construcciones arquitectónicas y alcanzó un desarrollo ferroviario increíble; obtuvo para México el respeto de las naciones más avanzadas del mundo cuando apenas 30 años atrás lo despreciaban y llamaban salvaje; ahora lo veían como ejemplo de crecimiento económico. Eso, él suponía que lo debería elevar en el pedestal de la patria eternamente.

¿Entonces por qué sucedió la revolución de 1910 a la que millones de mexicanos se sumaron?

Leyendo la renuncia de Porfirio Diaz en mayo de 1911 podemos encontrar en ella respuestas: “… ese “pueblo” se ha insurreccionado en bandas milenarias armadas, manifestando que mi presencia en el ejercicio del Supremo Poder Ejecutivo, es causa de su insurrección…” y más adelante menciona: “…vengo a dimitir sin reserva el encargo de Presidente Constitucional de la República… lo hago con tanta más razón, cuanto que para retenerlo sería necesario seguir abatiendo el crédito de la “Nación”, derrochando sus riquezas, segando sus fuentes y exponiendo su política a conflictos internacionales.

Conforme a la visión del viejo caudillo y generador del México moderno y sus partidarios, el “Pueblo” era lo negativo; el enemigo y la “Nación” fue la única razón de ser de su política, y aunque en algún momento los científicos porfiristas trataron de disfrazarse de pueblo, éste, siempre taimado sabe quién le miente. He ahí concepciones fuertemente arraigadas en dos visiones diferentes del ser del estado.

La mentalidad política e ideológica basada en el axioma “Nación”, incluso en el nombre de un país =México=, se ampara en algo etéreo; físicamente una ficción que ciertamente tiene valor y presencia jurídica, pero sigue las mismas fuentes de inexistencia real y no es tan visible para la comunidad; en esos ardides el beneficio económico y bursátil que no se distribuye de manera justa, igual que en el porfiriato, solamente beneficia a pocos, los privilegiados del gobierno, se generan proyectos abstractos de alto valor tecnológico y económico, pero sin un sustento humano; se cree y se infiere que lo único válido es el progreso anémico y aristocrático y que ello es lo mejor y casi lo único por lo que hay que luchar.

Esto deviene en un auténtico “Darwinismo Social”; se distingue y se aprecia lo superior; se espera y hasta se busca que solamente sobrevivan los más aptos; la masa queda excluida y las regiones pobres del país deben ser abandonadas y de ser posible, desaparecidas.

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Es entonces cuando lo social se concibe hueco, inviable, es decir, lo que beneficia a los pobres no tiene valor, incluso, ni sentido alguno. Se escudriña y hasta se logra desmoralizarlos, entristecerlos, hacerlos sentir “poca cosa”, denigrarlos. Se sabe que los pueblos deprimidos jamás logran vencer y se trastoca en una comunidad que solamente ve al hombre como instrumento enriquecedor de las altas esferas y como sufragio en las elecciones. Entonces se convierte en una sociedad inhumana, falsa e hipócrita.

Ante ello, igual que en 1910, surge aquél Manelick de Antonio Mediz Bolio que como fiera de múltiples cabezas jamás envilece ante el miedo ni soporta al verdugo; un día despierta y exige que le den lo que es suyo.
Pero… ¿Cómo lo exigirá? Eh ahí nuestra oportunidad histórica.

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