Opinión

Mentiras y furor en épocas conflictivas

Por Luis Alberto Vázquez

Las grandes masas sucumbirán más fácilmente a una gran mentira que a una pequeña. Adolfo Hitler
El filósofo alemán Nietzsche en su obra “Sobre verdad y mentira en sentido extramoral” describe: “En el hombre, este arte de la disimulación llega a su cima; aquí la ilusión, la adulación, la mentira y el engaño, el hablar a las espaldas, el representar, el vivir de un brillo prestado, el enmascaramiento, la convención encubridora, el juego escénico ante los demás y ante sí mismo, en breve, el mariposeo constante en torno a la única llama de la vanidad, son de tal modo la regla y la ley, que nada hay casi más inconcebible entre los hombres como el surgimiento de un instinto puro y sincero de verdad”.
Y ciertamente los seres humanos utilizamos la mentira fingiendo hipocresía; todo mentiroso cree válidas sus palabras y busca desesperadamente que lo irreal parezca realidad y que aquellos que son sólo sueños no sean diferentes a la verdad y termina preguntándose: ¿Qué diferencia existe entre un sueño y la realidad? Así, predice Nietzsche, “…le apostamos más a vivir lo mítico que en una realidad razonable…”

A lo largo de la humana historia muchos conflictos se justificaron con mentiras: las blasfemias y matanzas de musulmanes a cristianos propiciaron las cruzadas, las de los protestantes provocaron grandes y largas guerras fratricidas en Europa; la “culpabilidad de los judíos” el holocausto; las “ficticias” armas biológicas de Husein provocaron la guerra de Irak matando a cientos de miles y dejando al Medio Oriente sumido en el caos.

Otro camino hacía los conflictos armados son la descontextualización de fotografías como la exhibida el 11 de septiembre de 2001 de talibanes disparando al aíre, aparentemente celebrando la caída de las torres gemelas, sabiéndose después que esa fotografía tenía ya varios años de tomada y era un festejo social. O de textos como los que diariamente vivimos en los que se coloca en boca de una persona algo que nunca dijo y traducciones falaces distorsionadas maquiavélicamente.

Hoy los seres humanos ya no sabemos que es real y que es falso; hemos dejado de creer en casi todo; eso se torna muy peligroso ya que crea confusión y fragmentación social. La frase que abre esta reflexión no tiene tanto valor ahora como en la década de los 30´s del siglo XX; la cantidad inmensa de datos en todos los medios actuales de información no significan nada y hacen dudar hasta de que las pandemias sean reales y la efectividad de sus vacunas. La guerra vigente es por el control de esa información que es tóxica y mortal, se alimenta del fraude y de una manipulación que fomenta odio radial. Así pues, hemos perdido la distinción entre los hechos y la ficción, entre lo falso y lo verdadero.

Existen personas atacadas de virulenta obsesión que utilizan las redes sociales por enviar a todas horas mensajes ponzoñosos; pertenecen a todas las tendencias; actitudes que rayan en trastornos mentales porque solo emiten destrucción, odio y animadversión a cualquier acción que proviene de quienes piensan diferente a ellos, muy escasamente ofrecen una invitación positiva a la reflexión seria.

Surgen así dos posibilidades, ignorarlos, dejarlos solos o utilizar la ironía; un método muy efectivo para combatir mendacidades y patrañas partidistas (ironía no es sarcasmo). Sócrates la utilizaba siempre, pero sólo cuando atacaba las falacias de los sofistas, jamás la manejó contra las personas. No se falta a la ética cuando se ironizan ideas falsas, pero sí cuando se hace contra la persona que las transmite; yo puedo criticar un comportamiento político o social, pero nunca a quien lo realiza. El respeto irrestricto debe incluir las creencias de los seres humanos, yo creo en Cristo, pero en absoluto me es permitido burlarme de Mahoma, Buda, Zeus o Huitzilopochtli; puedo argumentar mis razones de profesar una inclinación política, la tengo, pero no debo destruir la persona del otro por tener una visión diferente a la mía y si argumentar porque concibo la mía como mejor.

Para poder tener una visión más clara de la realidad social y política hay que ir más allá de los medios tradicionales de comunicación que se encuentran en contubernio con los poderes fácticos, ya sean estos políticos, económicos o sociales. Para superarlos, sigamos a Platón en su mito del auriga: controlar esos briosos caballos con capacidad intelectual, prudencia y mucha racionalidad en una comunidad comunicativa hoy inmersa en perversas calumnias.

Dejar una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *