Opinión

La maldición de Eresictón y política insaciable

Por Luis Alberto Vázquez

«Quien hace política pacta con los poderes diabólicos que acechan a todo poder»
Max Weber

Filósofos y literatos de la Grecia clásica analizaron las pasiones humanas, vividas por dioses, héroes mitológicos o simples mortales, lo mismo reyes que humildes súbditos y hasta esclavos. Esos delirios se describían, analizaban y sancionaban con severidad y hasta crueldad, siendo ejemplos de castigos extremadanamente brutales por la eternidad. En esta época, actitudes descritas hace 25 siglos se siguen presentado, aunque ahora los castigos populares y escasamente judiciales son casi una burla ante aquellas mortificaciones implacables. Lo más terrible de esa mitología eran los suplicios aplicados para expiar las culpas: =Sísifo y su roca; Tántalo y su cercana lejanía; Ixión y su rueda de fuego o Prometeo y su águila=.

Eresictón era rey de Tesalia; famoso por su insaciable yantar con riquezas; devoraba los tributos del reino y los bienes de sus vasallos; despreciaba a los dioses negándoles sacrificios. En sus apetentes ansias de poder y ostentación, decidió construir un techo singular en la sala de banquetes de su palacio; para ello taló el árbol sagrado del santuario de la diosa Deméter. Al herir al árbol este sangró y las ninfas solicitaron el auxilio de la diosa, quien con buenas razones intentó hacer desistir a Eresictón de continuar con el sacrilegio. Este, molesto por la intromisión amenazó a la divinidad con matarla con el hacha que estaba utilizando.

Deméter, poseída por furibunda ira, ordenó a Limos (el hambre) que escarmentara al agraviante. Cual terrible monstruo, Limos penetró a Eresictón martirizándole con espantosas ganas de comer, y cuanto más engullía, más crecía su gula; la que jamás se saciaba.

Eresictón vendió todas sus posesiones para comprar comida, pero fue tal su voracidad que en poco tiempo acabó con las riquezas del reino y terminó convirtiéndose en un mendigo que ingería cualquier inmundicia que encontrara. Vendió a su hija Mestra a fin de conseguir alimentos para calmar su desazón; pero los alimentos que obtuvo a cambio no fueron suficientes para saciar su apetito; desesperado trató de aliarse con Pluto, el dios de la abundancia y la riqueza, proponiéndole que si lo ayudaba en su martirio y a recuperar su poder, le edificaría un gigantesco templo en Tesalia; pero olvidó que este dios ciego odiaba mordazmente a los políticos enriquecidos con la hacienda pública y que jamás habían sido virtuosos; además Pluto era hijo de la diosa ofendida. Finalmente, este voraz tragón ingirió su pie izquierdo, luego terminó devorándose a sí mismo.

Donald Trump, famélico de poder, se niega aceptar su derrota electoral; aún amenaza con demandas que trastocarán la elección del mes pasado, indulta a sus amigos enjuiciados por la “trama rusa” y bloquea el fondo del congreso para combatir el covid 19; todo con esa infinita apetencia con la que exhibe su poder personal que espera saciar con más medidas autoritarias e intimidaciones políticas en lo que le resta en la Casa Blanca.

En México Eresictón muestra de manera excepcional una insaciabilidad delirante con: Diputados Federales y alcaldes ávidos de poder vislumbrando reelección. Partidos políticos amancebados sin importa diferencias ideológicas que antes parecían irreconciliables; vehementes amantes del poder para saquear al erario. Dos “depauperados” expresidentes que buscan una diputación porque no saldaron su apetencia de poder con su sexenio. Camaleones aspirantes a cargos públicos que cambian de color partidista para obtener la cartera soñada. Exfuncionarios de alto perfil estupendamente alimentados con inmundicias del narcotráfico. Comunicadores abyectos que intrigan por falta de pastura gubernamental. Empresarios irresponsables que mantiene sus negocios abiertos a costa de la salud de sus empleados y clientes. Compradores compulsivos que arriesgan su salud, la de familiares y de otros con tal de poseer bienes materiales que pronto perderán utilidad y/o caerán en obsolescencia.

Culmino esta reflexión con una frase del mensaje navideño de ayer del Papa Francisco: “Las leyes de mercado y las patentes no pueden estar sobre el amor y la salud de la humanidad”

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