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La guerra sucia que estorba a la democracia mexicana

Por Alejandro Buendía

La guerra sucia fue una estrategia consolidada por los grupos opositores. El Partido Acción Nacional, como eterna segunda fuerza política del país, encumbró este modelo de ataque para dañar y desprestigiar a quienes tenían monopolizado el poder político del país. Fue así que, por efecto natural, las campañas cada vez han sido más violentas, menos propositivas y nocivas para la incipiente democracia mexicana.

Esta semana el diario El Universal publicó un reportaje sin firma en el que señalaron que Marina Vitela, candidata a la gubernatura de Durango, dio el aval para que una empresa creada por sus hijos fungiera como proveedora de Gómez Palacio cuando ella era alcaldesa.

Más allá de si sea verdad o mentira, la investigación careció de rigor y de evidencia documental que le diera sustento a los señalamientos. Marina respondió con cierta carga emotiva que con sus hijos no se deben meter y señaló directamente a su adversario, Esteban Villegas, como el autor intelectual del ataque.

Este texto no intenta tomar partido, sino visibilizar un fenómeno nocivo para la vida pública regional; las campañas ya no se tratan de proponer, de generar proyectos en favor de la ciudadanía, sino de golpear y hacer ver mal al contrincante para influir en la intención del voto de las y los ciudadanos.

Así como en las campañas, la guerra sucia también está presente en la gestión pública. Las y los funcionarios trabajan día y noche para derrumbar a quien está arriba de ellos. Las necesidades de la población no son prioridad, la ambición y la codicia de quienes ostentan un cargo de representación popular es tan gigantesca que la incipiente democracia se estanca en su crecimiento.

El hambre de poder es insaciable. Las y los políticos siempre aspiran a un puesto más alto. Mueven hilos con empresarios y funcionarios para escalar y pisar a quien se ponga en su camino. En México la política está sucia, manchada de corrupción, de hipocresías y de un profundo sentimiento de egoísmo.

La única medicina para tratar de erradicar este mal que no abona en nada, es fortalecer a los ciudadanos, educar a quienes consumen y compran por completo los mensajes de odio que envían las y los candidatos contra sus rivales políticos.

Si cada quien, desde su trinchera, trabajara día y noche en cumplir con sus objetivos y responsabilidades, la realidad social del país y de la región sería diametralmente opuesta.

La guerra sucia no abona en nada. Las y los políticos mexicanos no maduran, no crecen, no estudian, no generan proyectos trascendentes que propongan cambios de formas y fondos.

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Si la región lagunera está hundida, en gran parte, es porque hemos sido gobernados por personas sin visión, acompañadas de empresarios que financian campañas a cambio de conservar privilegios, adquirir contratos y beneficiarse a costa del interés y las necesidades ciudadanas.

Esos señalamientos, como el vertido contra Marina Vitela, deberían investigarse y publicarse fuera de los tiempos electorales, que si verdaderamente se cayó en un acto de corrupción, se castigue y se garantice la no repetición. Estamos cansados de señalamientos huecos y burdos que no trascienden y que únicamente dividen y desilusionan a la población, que cada vez se interesa menos en la vida pública.

Construyamos una ciudadanía crítica, pensante y propositiva. Sólo de esta manera, las guerras sucias, tenderán a desaparecer.

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